Esta tarde, como muchas otras veces, eché la vista atrás en el tiempo. Sin saber muy bien porqué llegué a no hace muchos años, a una tarde de domingo de las fiestas de El Señor de Villademor. Una tarde de calor y cansancio después de una noche de verbena. Una tarde de nervios también. La causa de ellos era una actuación de teatro. Años antes nos habíamos unido unas cuantas personas del pueblo para formar un grupo de teatro de aficionados.
Ensayábamos todos los fines de semana, a duras penas conseguíamos estar todos en cada ensayo, y los medios con los que contábamos eran escasos por no decir nulos. Lo que no era escaso, sino muy abundante y poderosa, era la ilusión que teníamos por salir adelante con aquel grupo y poder preparar una obra para el día de las fiestas del pueblo. Poco a poco, ese empeño y esa ilusión llegaron a buen puerto y “debutamos”. Lo hicimos con nervios, con errores, y con mucha risa. La gente del pueblo lo agradeció, nos aplaudió y eso nos animó a continuar adelante con un grupo de teatro que poco a poco iba consolidándose un poco más.
Comenzaron las primeras llamadas para acudir a actuar a otros pueblos y casi sin querer nos fuimos creciendo sobre las tablas. Al menos nos crecimos todo lo que puede crecerse un puñado de gente de todas las edades, que no conoce demasiado de teatro, pero que experimentaban esa sensación tan gratificante que todo el que se sube a un escenario para dar lo mejor de sí experimenta. Pasábamos malos ratos, ponernos entre nosotros de acuerdo era una faena complicada, y más aún siendo tantos y sin nadie que nos ayudara en los ensayos y que nos aconsejara desde fuera. Pero sin duda eso era lo de menos, los ensayos eran el mejor rato que pasábamos en todo el fin de semana, no podíamos reírnos más. Y en esas estábamos cuando al fin decidimos embarcarnos en una obra mayor que las que estábamos haciendo hasta el momento (que eran más bien sainetes y piezas cortas de humor). Esa fue “La ciudad no es para mí”, una adaptación de la famosa película de Paco Martínez Soria.
Cuando repartimos los papeles, hubo quien no quiso seguir, hubo quien confió en que podríamos hacerlo y hubo quien, como yo, y otros muchos más, decidimos continuar. Los ensayos de aquella obra eran desastrosos. Nos daba la risa cada dos por tres, y cada tres por dos nos confundíamos. La preparación del decorado fue laboriosa, teníamos que cambiar de decorado según los actos, variar la luz, y trabajar más en el vestuario de cada uno que en ocasiones anteriores. Parecía que todo aquello nos quedaba un poco grande pero con todos esos problemas llegamos a esa tarde de domingo de la que os hablaba al principio.
El día antes habíamos hecho el ensayo general, y una mujer del pueblo que fue a echarnos una mano, al acabar nos dijo: “No es por desanimaros, pero que salga bien, es sólo cuestión de un milagro”. Nos habíamos ido a casa desanimados, con rabia, ver que tanto tiempo de trabajo no había servido para mucho más que para preparar un bonito decorado no era nada agradable. Llegó la hora de salir al escenario, y prometimos dar todo lo que habíamos dado en otras ocasiones.
Hoy recuerdo perfectamente aquella sensación al pisar las tablas del escenario, aquellos nervios, aquella adrenalina, algo que no sabría muy bien como explicar, pero que sin duda hoy lo rememoro con una sonrisa. Comenzó la función. Todo iba sobre ruedas. En el salón de actos de la Casa de la Cultura de Villademor no cabía ni un alfiler, y ello hizo que entre acto y acto algunas sillas se rompieran. Fue una hora y media y cundió como cinco minutos, pero valió como toda una vida. Increíble. Ni un fallo. La obra había salido de maravilla, y el público había aplaudido como nunca. Fuimos capaces de sacar adelante aquello que en un principio parecía un libreto de un montón de folios que no acabaríamos de leer ni en los ensayos.
Todavía hoy retumban en mis oídos aquellos aplausos, aquellos bravos. Todavía hoy siento cosquillas en el estómago al recordarlo. Esa fue mi última actuación con el grupo, pero también la mejor. Al tener que venir a estudiar a Salamanca no podía continuar. Sólo yo sé la pena que me dio tener que dejar semejante placer, como a todo el mundo le pasa cuando tiene que deshacerse de aquello que quiere. Yo no quiero al teatro, yo siento pasión por él. Me encanta verlo y sentarme en una butaca a disfrutar de una buena función siempre que puedo, pero aún más me gusta ser partícipe de él. Aunque yo me fui, el grupo continúa adelante, superándose cada vez más, y cada vez con más ilusión si cabe. No hay anda que me llene más de orgullo que ir a sus actuaciones y ver cómo disfrutar, aunque tengo que admitir que me dan un poquito de envidia. Espero que algún día pueda compartir de nuevo escenario con esas grandes actrices que forman hoy el grupo y con los que lo hemos dejado por unas u otras razones. Son actrices que no pasean por alfombras rojas, ni reciben más premio que los aplausos del público agradecido (el mejor premio). Son actrices con un mérito incalculable, ya que trabajan cada día y después de ello se juntan para ensayar, son actrices que cada vez nos hacen disfrutar más a quienes vamos a verlas. Seguid así.