sábado, 1 de noviembre de 2008

Romeing!

22 de septiembre de 2008. 19:15. Aeropuerto Leonardo da Vinci. Roma. Al fin tocamos suelo italiano después de un día intenso de viaje. Los nervios a flor de piel. Nadie nos había dicho que aquello iba a ser fácil, y en efecto, no lo estaba resultando. En ese momento no iba a ser un día de esos para guardar en mi anaquel de la memoria, pero hoy las cosas se ven desde otra perspectiva y se echan a risa. Anécdotas. Innumerables anécdotas. A cada cual más ridícula y divertida.

A pesar de que mi llegada a Roma parece que fue ayer, la verdad es que ya hace más de un mes que estoy aquí y mi vida de estudiante Erasmus ya ha tomado forma. Llegar hasta aquí ha costado lo suyo, pero ahora es cuando soy consciente de que no me arrepiento ni un poco de haber aceptado aquella oferta que no podía rechazar de la cual hablaba en la última entrada de mi anaquel. La vida de estudiante Erasmus está siendo completamente diferente de la de universitaria en Salamanca. Roma: la ciudad eterna. Eso de ciudad eterna se entiende a la perfección en cuanto conoces un poco la ciudad más afondo. Cada día descubres algo nuevo que tiene aún más magia que lo que has visto días anteriores… La Historia se pasea por todas las calles de Roma con una altivez que apabulla y que apenas te deja decidir para donde mirar.

Además de descubrir rincones maravillosos me ha dado también tiempo de ir a un concierto de The Cure para la MTV, de ver un partido del “calzio” italiano (Roma-Inter) y lo más importante de todo: he conocido un montón de gente que me está aportando muchísimas cosas positivas y que sin duda van a ser lo mejor que me pueda llevar de aquí. Pero antes de tener que llevarme nada me queda aún mucho tiempo y muchas cosas de las que disfrutar. La última experiencia ha sido asistir a una manifestación el día 30 de octubre. Las calles de Roma se llenaron de gente para mostrar su descontento con una ley que el gobierno de Berlusconi quiere poner en marcha y que afecta directamente al sistema educativo. Entre otras cosas que propone dicha ley, está la de reducir los presupuestos a la universidad pública. Para la ocasión se unieron jóvenes y mayores que abarrotaron una piazza del Popolo más inmensa que nunca. Los profesores y estudiantes universitarios están moviéndose mucho para conseguir lo que quieren: organizan asambleas, ocupan aulas e incluso facultades, se manifiestan... Asi que esperemos que antes de irme a España pueda ver cómo mejora la situación de una juventud unida por conseguir una educación digna para su futuro.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Vamos que nos vamos

“Voy a hacerle una oferta que no podrá rechazar”. Así dice Al Pacino en El Padrino y algo así quiso decir el profesor encargado de ir a mi aula a explicar en qué consistía una beca erasmus. Desde que ese hombre salió de clase supe que yo iba a solicitar aquella beca, supe que tercero de Periodismo iba a ser un año distinto, me di cuenta de que si quería cambiar de aires aquella era mi oportunidad. La visita de aquel hombre a mi aula no fue decisiva para irme, yo siempre había tenido claro que algún día me iría de Erasmus. Lo que no había tenido claro era cuando y donde. El cuando lo tenía delante de mis narices: el curso 08/09 y el donde era cuestión de sopesar todas las opciones que me proporcionaba la universidad. Al final elegí entre tres destinos, y el que me dieron fue Roma. Yo, encantada. Antes ya había visitado esta preciosa (y suicida) ciudad con mis compañeros de Bachiller del instituto y siempre dije que tenía que volver. Mejor oportunidad que la de volver como una estudiante universitaria, y además erasmus, imposible.

No sabría decir cuándo empezó/empieza exactamente la aventura de ser un estudiante erasmus. Si el lunes 22 cuando me suba al avión o aquel día en el que salieron las listas y mi nombre figuraba debajo de La Sapienza (Roma). Desde aquel momento empiezas a pensar cosas, a indagar por Internet, a preguntar a otros erasmus… Pero yo tampoco me lo tomé muy a pecho. Sabía que iba a irme pero no quería agobiarme, lo único que podía conseguir era que entre más información recopilase más dudas fueran asaltándome. Me limité a intentar pasarlo bien durante el verano y a disfrutar de la gente a la que apenas veo durante el curso y a la que veré menos aún durante el siguiente. Lo cierto es que conforme se van agotando los días de verano y se acerca el día de irse más cosas se piensan: qué meto en la maleta, qué hago cuando llegue, en qué hostal me alojo, qué zona es la mejor para vivir una vez allí, cómo será la universidad, qué gente conoceré… La gente. Eso es importante. Piensas en quien conocerás, pero también piensas en los que tienes ganas de perder de vista, en los que no verás hasta que regreses y en aquellos a los que de buena gana te llevarías en la maleta. Piensas en los días que te quedan para irte a vivir un año inolvidable o en los días que te quedan para dejar aquí aquello que es seguro en estos momentos…

A un día de irme no sé realmente lo que siento. Es una mezcla de muchas cosas: miedo, confusión, nostalgia, ilusión, ganas… De todo un poco. Pero lo que más abunda es la ilusión, y al fin y al cabo eso es lo importante. Oportunidades así no se pueden dejar escapar (“Voy a hacerle una oferta que no podrá rechazar”).

lunes, 15 de septiembre de 2008

"Pasaba por aquí y..."

Las estaciones de autobuses, los aeropuertos, el metro, la parada del autobús urbano... Todos ellos son lugares de encuentro, de trajín de gente que va y viene pendiente de sus cosas. Hay veces en las que esos lugares dejan de ser un mero lugar de paso para convertirse en el espacio de una historia. Te cruzas con alguien que es atractivo, o que tiene una mirada especial, o una sonrisa de esas que hipnotizan, o un olor delicioso… En ocasiones cruzamos con ellos una mirada, o algún gesto, o les pedimos fuego a la desesperada, y sino se recurre a pedir la hora después de haber escondido nuestro reloj debajo del jersey… En otras ocasiones no decimos nada, agachamos la cabeza y miramos por el rabillo del ojo, pensamos en cómo será, inventamos su vida y de paso fantaseamos con la nuestra…

Esto no suele suceder todos los días, pero lo cierto es que sucede. En este cortometraje se puede ver una de esas historias que le dejan a uno con un raro sabor de boca una vez que perdemos el tren…


viernes, 5 de septiembre de 2008

Memoria histórica

Recuerdo tantas y tantas veces las historias de mi abuelo… En ocasiones me veo obligada a preguntar a mi madre el desenlace de alguna de ellas o por algún nombre o algún detalle importante. Algunas se me han ido olvidando por mi corta edad cuando me las relataba mi abuelo, y por lo mal que yo las entendía. Todas esas historias tenían algo en común: dolor y rabia. Lo que sí recuerdo perfectamente era su voz empañada por la derrota, sus ojos perdidos qué sé yo dónde y las arrugas de su frente más marcadas de lo habitual. Le hacía daño recordar, pero él veía necesario que esas historias pasaran a las generaciones más jóvenes para que éstas nunca se olvidaran del horror vivido en España hace décadas.

Estos días, en los medios de comunicación se habla de nuevo de la memoria histórica. Que si es o no es competencia del juez Baltasar Garzón, que si a tal político le parece bien y al otro le parece reabrir las heridas. Yo escucho atenta todas estas noticias, me alegro de que al fin “Los Bañezanos” de Izagre puedan entregarse a sus familias, y puedan descansar en un lugar digno. No entiendo cuando algunos dicen que eso es reabrir viejas heridas cuando en realidad no es otra cosa que cerrar las que están abiertas, devolviendo los cuerpos de las fosas comunes a sus familiares. Lejos está ya aquel país de las dos Españas, aquella represión y aquella ausencia de libertad, pero algunos políticos parece que están empeñados en ser ellos quienes hereden las maneras de hacer de entonces, negándose ahora a tener memoria histórica.

Ayer por la tarde, vi en la estantería el gran libro de Ramón J. Sender, “Réquiem por un campesino español”, y lo leí de nuevo. No era la primera vez que lo leía, contemplé de nuevo atónita el horror de la guerra, el sufrimiento del país. La historia de “Paco el del Molino” es la misma que la de “Los Bañezanos”, que la del soldado anónimo que apareció en Cartamoza en Villademor, que la de tantos y tantos que se llevó por delante la guerra y la represión de la dictadura. Algunos políticos parece que no saben cuál fue la historia, se les ha olvidado, o quizá, no quieran recordar…


miércoles, 27 de agosto de 2008

Se acercan cambios

Estoy a apenas un mes de mi escapada a la ciudad de la pasta por excelencia, de la mafia, de la basura en las calles, de las ruinas romanas, de los conductores sin reglas… Hace más de dos meses acababa mi segundo curso en la ciudad de la piedra de Villamayor, del Tormes, de los tunos… He consumido más de la mitad de mis vacaciones. Un verano extraño, en el que no he visto más tierra que la mía: Villademor. He gozado con cada atardecer, he intuido los amaneceres entre los agujeros de la persiana y he saboreado los mejores platos de la cocina de mi madre. He disfrutado con todas esas personas que durante el curso veo una vez cada dos meses… No todo han sido buenos momentos claro está, pero, ¿quién dijo que unas vacaciones son igual que vivir en una burbuja de color rosa?

No he contado exactamente los días que me quedan para pisar suelo italiano y emprender allí un nuevo curso, pero lo cierto es que los días cada vez pasan más deprisa y las noches cunden más ante la incertidumbre de qué será de mi a la llegada. ¿Miedo? Quizá, siempre da miedo alejarse de lo que quieres y acercarte a lo que en un principio puede resultar desconocido. Pero la idea de irme siempre me ha atraído y no iba a dejar escapar una oportunidad así. Me apetece salir a la calle y encontrarme con cosas que no conozco, caminar y fijarme en el camino para saber cómo regresar… La rutina acaba cansando, incluso la de las vacaciones. Nuevos aires están a la vuelta de la esquina. Cuando menos me lo espere, estaré llenando las maletas, despidiéndome. Cuando menos me lo espere, estaré en la habitación de un hostal cutre, con mi maleta, mi portátil, y un montón de recuerdos e incertidumbres en mi cabeza, dispuesta a pasar un año de esos que llaman inolvidables.


domingo, 25 de mayo de 2008

Se llamaba Soledad



La noche era una de esas que llaman de perros: lluvia, viento y unas temperaturas demasiado bajas para la época primaveral que era. El autobús había llegado con media hora de retraso. Le pesaban las piernas y el cansancio dominaba cada una de las partes de su cuerpo. Como unas temperaturas tan bajas no eran normales de un mes de mayo, ella llegaba con una chaqueta de entretiempo y unas zapatillas de tela, suerte que tenía en el bolso ese paraguas pequeño que le ayudaría a protegerse de las frías gotas de agua mientras esperaba un taxi. El paraguas abierto duró menos que el taxi en llegar. Una ráfaga de viento acabó doblando las varillas y dejándola totalmente indefensa de aquella lluvia que no parecía cesar. Fue hasta una papelera cercana, y maldiciendo la fragilidad de aquel paraguas, lo tiró. En tan solo unos segundos el agua la había empapado, y el viento hacía un efecto congelante. La estación a esas horas ya estaba cerrada y el maldito taxi no llegaba.

En lugar de ponerse a maldecir aquella situación, que no era para menos, la dio por quitarse el pelo que tenía sobre su cara mojada y ponerse a mirar aquella calle desierta en la que no había más vida que la de las alcantarillas que tragaban agua sedientas. La entró un escalofrío, y volvió de nuevo a aquella realidad de frío, agua y viento. Al fin llegó el taxista. Le dijo su destino y no hubo más conversación durante el trayecto. De buena gana ella le hubiera echado mil pestes y le hubiera amenazado con quitarle la licencia, pero sus labios estaban morados, sus piernas pesaban más de lo normal y su cabeza no registraba otra cosa más que la quietud y tranquilidad que había en cada rincón, en cada portal, en cada calle. Mientras se iban sucediendo puertas, coches, escaparates, semáforos y jardines ante la ventanilla del taxi, no deseaba nada más que llegar a casa y darse una ducha caliente.

Llegó a su destino, abrió la puerta del portal y dejando tras ella una hilera de gotas de agua, subió en el ascensor. Mientras éste bajaba desde el cuarto piso observó la tranquilidad que había también en el portal. Al fin entró en casa. Se descalzó en la entrada y entró directa en el baño para darse una ducha antes de acostarse. De nuevo su cuerpo servía de pista de patinaje para las gotas de agua, pero esta vez, la sensación era mucho más agradable, solamente porque cuando se cansara podría cerrar el grifo. Antes de meterse en la cama se sentó y miró a su alrededor. De nuevo observó calma, sosiego, paz... cualquiera diría que aquello parecía el equilibrio. Todo en su sitio, tal cual lo había dejado. Ni un papel fuera de lugar, ni un vaso en el fregadero, ni un calcetín en el suelo de la habitación, ni un pantalón sobre la silla, ningún bolígrafo sin su tapa, todos los cajones herméticamente cerrados, sonrisas perfectas en un portarretratos... Se metió en la cama y apagó la luz. Parece que había parado de llover, ahora solo escuchaba el gorgoteo de las alcantarillas que tragaban el agua del chaparrón... Se dio cuenta de que aquello no se llamaba calma, se llamaba soledad...

miércoles, 14 de mayo de 2008

Me gusta... No me gusta...

Odio subir la cuesta de San Blas con la maleta, algunos viernes más que otros, los peores son esos en los que el bagaje no es más que hojas repletas de tachones, y libros con anotaciones al margen. Me gusta caminar hacia la estación sin prisa, quizá porque nunca he ido despacio. No me gusta hacer cola para subir al autobús y mucho menos, el barullo que se forma cuando hay que meter las maletas. En el autobús me gusta sentarme del lado de la ventanilla, y a poder ser, donde no haya cortinilla para poder apoyar mi codo en el borde y así echar una cabezadita. Detesto que la persona que se sienta tras de mí abra y cierre continuamente esa pequeña papelera llena de chicles pegados que hay detrás de mi asiento. No soporto que mi acompañante coma chicle durante el viaje, aunque me gusta averiguar de dónde es, hacia dónde se dirige, y para entretenerme durante el viaje, inventarme su vida. El viaje siempre se hace más agradable si llueve, y si es mucho, mejor que mejor.


Al llegar a mi destino, prefiero ser la última en bajar del autobús, y no sacar la maleta hasta que mi hermano me da un abrazo y me dice: “Rápido, tengo el coche en doble fila”. Siempre la misma canción. Sabina, no podía ser de otra manera. Una vez en el coche, ya es como si estuviera en casa. Veo la torre del pueblo, atenta a todo lo que se mueve a su alrededor, y a lo que no se mueve, que cada vez es más. Siempre la encuentro igual al verla por la carretera: el mismo nido, el mismo número de cigüeñas, la misma hora en el reloj, el mismo silencio de las campanas. Y eso no me gusta, no me gusta que el pueblo sea cada vez más pueblo, esté cada vez más vacío, y se
encuentre cada vez más solo.


Me gusta llegar a casa y sentarme en el escaño, no a un lado ni a otro, en el centro y yo sola; taparme con las faldas de la camilla al calor del brasero, quitarme las zapatillas sin desatar los cordones y poner los pies encima para saborear cada grado de calor que sale de su resistencia. Cenar tortilla de patatas, hecha por mi madre y hacer sentir a todos las ganas que tenía de verles, de olerles, de escucharles y de que me escucharan. Odio que mi hermano me haga cosquillas, pero le pido que me las haga cuando lleva tiempo sin hacérmelas. Me encanta mancharme las manos de harina para ayudar a mi madre a hacer una tarta que después nunca como. Me gusta pasear por donde paseaba, hablar con quien hablaba y aprender de los sabios. Me gusta mirarles a los ojos y analizar cada rasgo que tienen en la cara, son los que dan valor al
pueblo, sus mayores.


No me gusta meter la ropa limpia en la maleta para regresar, no me gusta pronunciar “hasta la próxima”, no me gusta montar en el coche para regresar a la estación, este ya no parece mi casa, ya no suena la misma canción y siempre sobra tiempo hasta que sale el autobús. Para regresar me da igual dónde sentarme y no me gusta inventarme la vida de quien va a mi lado. Salgo la última del autobús pero sin ganas de salir. Cojo la maleta sin ganas de cogerla y lo peor de todo, ahora, la cuesta de San Blas me supone un mayor esfuerzo a pesar de que hay que bajarla y no subirla.

miércoles, 23 de abril de 2008

Entre bambalinas

Esta tarde, como muchas otras veces, eché la vista atrás en el tiempo. Sin saber muy bien porqué llegué a no hace muchos años, a una tarde de domingo de las fiestas de El Señor de Villademor. Una tarde de calor y cansancio después de una noche de verbena. Una tarde de nervios también. La causa de ellos era una actuación de teatro. Años antes nos habíamos unido unas cuantas personas del pueblo para formar un grupo de teatro de aficionados.

Ensayábamos todos los fines de semana, a duras penas conseguíamos estar todos en cada ensayo, y los medios con los que contábamos eran escasos por no decir nulos. Lo que no era escaso, sino muy abundante y poderosa, era la ilusión que teníamos por salir adelante con aquel grupo y poder preparar una obra para el día de las fiestas del pueblo. Poco a poco, ese empeño y esa ilusión llegaron a buen puerto y “debutamos”. Lo hicimos con nervios, con errores, y con mucha risa. La gente del pueblo lo agradeció, nos aplaudió y eso nos animó a continuar adelante con un grupo de teatro que poco a poco iba consolidándose un poco más.


Comenzaron las primeras llamadas para acudir a actuar a otros pueblos y casi sin querer nos fuimos creciendo sobre las tablas. Al menos nos crecimos todo lo que puede crecerse un puñado de gente de todas las edades, que no conoce demasiado de teatro, pero que experimentaban esa sensación tan gratificante que todo el que se sube a un escenario para dar lo mejor de sí experimenta. Pasábamos malos ratos, ponernos entre nosotros de acuerdo era una faena complicada, y más aún siendo tantos y sin nadie que nos ayudara en los ensayos y que nos aconsejara desde fuera. Pero sin duda eso era lo de menos, los ensayos eran el mejor rato que pasábamos en todo el fin de semana, no podíamos reírnos más. Y en esas estábamos cuando al fin decidimos embarcarnos en una obra mayor que las que estábamos haciendo hasta el momento (que eran más bien sainetes y piezas cortas de humor). Esa fue “La ciudad no es para mí”, una adaptación de la famosa película de Paco Martínez Soria.




Cuando repartimos los papeles, hubo quien no quiso seguir, hubo quien confió en que podríamos hacerlo y hubo quien, como yo, y otros muchos más, decidimos continuar. Los ensayos de aquella obra eran desastrosos. Nos daba la risa cada dos por tres, y cada tres por dos nos confundíamos. La preparación del decorado fue laboriosa, teníamos que cambiar de decorado según los actos, variar la luz, y trabajar más en el vestuario de cada uno que en ocasiones anteriores. Parecía que todo aquello nos quedaba un poco grande pero con todos esos problemas llegamos a esa tarde de domingo de la que os hablaba al principio.


El día antes habíamos hecho el ensayo general, y una mujer del pueblo que fue a echarnos una mano, al acabar nos dijo: “No es por desanimaros, pero que salga bien, es sólo cuestión de un milagro”. Nos habíamos ido a casa desanimados, con rabia, ver que tanto tiempo de trabajo no había servido para mucho más que para preparar un bonito decorado no era nada agradable. Llegó la hora de salir al escenario, y prometimos dar todo lo que habíamos dado en otras ocasiones.


Hoy recuerdo perfectamente aquella sensación al pisar las tablas del escenario, aquellos nervios, aquella adrenalina, algo que no sabría muy bien como explicar, pero que sin duda hoy lo rememoro con una sonrisa. Comenzó la función. Todo iba sobre ruedas. En el salón de actos de la Casa de la Cultura de Villademor no cabía ni un alfiler, y ello hizo que entre acto y acto algunas sillas se rompieran. Fue una hora y media y cundió como cinco minutos, pero valió como toda una vida. Increíble. Ni un fallo. La obra había salido de maravilla, y el público había aplaudido como nunca. Fuimos capaces de sacar adelante aquello que en un principio parecía un libreto de un montón de folios que no acabaríamos de leer ni en los ensayos.


Todavía hoy retumban en mis oídos aquellos aplausos, aquellos bravos. Todavía hoy siento cosquillas en el estómago al recordarlo. Esa fue mi última actuación con el grupo, pero también la mejor. Al tener que venir a estudiar a Salamanca no podía continuar. Sólo yo sé la pena que me dio tener que dejar semejante placer, como a todo el mundo le pasa cuando tiene que deshacerse de aquello que quiere. Yo no quiero al teatro, yo siento pasión por él. Me encanta verlo y sentarme en una butaca a disfrutar de una buena función siempre que puedo, pero aún más me gusta ser partícipe de él. Aunque yo me fui, el grupo continúa adelante, superándose cada vez más, y cada vez con más ilusión si cabe. No hay anda que me llene más de orgullo que ir a sus actuaciones y ver cómo disfrutar, aunque tengo que admitir que me dan un poquito de envidia. Espero que algún día pueda compartir de nuevo escenario con esas grandes actrices que forman hoy el grupo y con los que lo hemos dejado por unas u otras razones. Son actrices que no pasean por alfombras rojas, ni reciben más premio que los aplausos del público agradecido (el mejor premio). Son actrices con un mérito incalculable, ya que trabajan cada día y después de ello se juntan para ensayar, son actrices que cada vez nos hacen disfrutar más a quienes vamos a verlas. Seguid así.


domingo, 6 de abril de 2008

Sé lo que hicisteis el 4 de abril

Eva, Lucía, yo, Ángel Martín, Toño y Mery.

Cuando puse un pie en Madrid nada me hacía pensar que iba a ser un día tan especial. Cuando regresaba a Salamanca aún no era consciente de lo especial que había sido el día porque estaba totalmente embargada de una mezcla de ilusión y emoción que apenas me dejaba darme cuenta ni de lo que había visto.

La magia de la televisión existe, o al menos eso sentí yo al pisar el plató de Sé lo que hicisteis. Siempre he tenido claro que yo quería dedicarme al mundo de la comunicación pero desde ese momento lo tengo más claro que nunca. Quiero más magia de esa.

También fue la primera vez que pisaba las calles de Madrid, y aunque fue una visita fugaz me encantó y prometo volver. Si es volver para repetir un día como ese 4 de abril me apunto ahora mismo. Un día para guardar en mi particular anaquel.

jueves, 3 de abril de 2008

AbriL

Todos sabemos que unas vacaciones no pueden ser eternas, y por eso estoy yo aquí, escribiendo, acabando con estas vacaciones que me he tomado con el blog y que acaban al mismo tiempo que mis vacaciones de Semana Santa. Y así, como suele hacer el tiempo, disimuladamente, sin darnos apenas cuenta de ello, ya estamos en abril.

Me gusta el mes de abril, siempre he tenido especial empatía por este mes sin saber muy bien porqué. Quizá sea porque comienzan a verse los primeros rayos de sol, las primeras flores, aunque también con ello llegan los primeros estornudos de las primeras alergias. Con abril llegan también las tardes interminables de lluvia, pero también las tardes interminables de tirarse en la Plaza Mayor o en Anaya en Salamanca.
Me gusta la fecha del 14 de abril porque tal día como ese, en 1931, España se despertó siendo republicana. Llegaron las ilusiones y las esperanzas de muchos españoles que lamentablemente se vieron más tarde truncadas, pero fue en abril...
A este mes se refieren buenas canciones: Quién me ha robado el mes de abril, de Sabina, o Abril, de La Fuga, también el 20 de abril de Celtas Cortos...
Y es en abril precisamente, la época del año en la que más cumpleaños tengo, mucha de mi gente más cercana cumple años por estas fechas. Desde aquí, felicidades a todos ellos.

Ahora tengo que hacer una cosa: disfrutar de abril... y actualizar más a menudo.



domingo, 27 de enero de 2008

Domingo

Los domingos en Salamanca no son especialmente agradables para mí. Se me antojan largos y aburridos, y no porque no tenga nada que hacer, sino porque en mi casa los domingos han sido especiales toda la vida. Un día para compartir con mis padres y mi hermano, mis primos y mis tíos, y si echo la vista un poco más allá, para disfrutar de mis abuelos. Pero con eso de que vamos creciendo las cosas van cambiando, no nos queda otra más que conformarnos con lo que hay y disfrutar de ello al máximo.

Hoy, en Salamanca, un domingo cualquiera si no fuera porque tengo que ponerme a estudiar en cuanto acabe de actualizar mi blog (a ver si rompo de una vez por todas esta rutina de no actualizar muy a menudo), he ido a comprar pronto el periódico y mientras lo devoraba he tomado mi café mañanero de rigor. Y es que a pesar de todo, los domingos no están tan mal, el periódico viene más rellenito, trae más cosas y además de vez en cuando nos regala algo por un euro más para llenar las estanterías.

Acostumbro a empezar a leer el periódico por la contraportada, una manía tonta que puede explicarse por mi gusto a las columnas diarias de El País. La de hoy, de Manuel Vicent (me quedo con las de Millás). Hoy, además, al lado de la columna se encuentra un Labordeta más paisano que nunca, un Labordeta que dice estar cansado “ideológicamente”. Y es que ser político digo yo que debe suponer un desgaste considerable, además de ser un deporte de riesgo. Aunque también es verdad, que a pesar de que aún quedan unos meses para las elecciones todos estamos un poco cansados ideológicamente. Pero sirva este cansancio para que los ciudadanos salgamos a votar el día 9-M y lo hagamos con la cabeza, pensando en nuestro futuro y en aquello que más nos conviene: un gobierno, con sus fallos y sus éxitos, como el que hemos tenido estos cuatro años, o un gobierno, con su Iglesia y sus falacias, como el que nos propone una derecha que parece sacada del turnismo de principios del siglo XX [como dice también hoy Santos Juliá en su columna del suplemento Domingo de El País: “(...)el PP, no cualquier PP, sino el de Rajoy-Acebes-Zaplana(...)” ].

Yo de momento voy a continuar con mi domingo, con mi periódico, con mis apuntes y con mi café. Sola, como Gallardón. Pero sin cansarme ideológicamente, consciente de que mi futuro, nuestro futuro, depende de algo tan simple y tan complejo como somos nosotros mismos.
Feliz domingo.

jueves, 24 de enero de 2008

El lugar donde la pared se junta con el techo.

Interminables horas de biblioteca. Mejor no pararse a pensar si han sido productivas o no, lo cierto es que he estado sumergida en la historia del siglo XX de España y más tarde en el mundo de la radio. Después, con sutileza, mi mirada pasó de los folios a ese lugar donde la pared se junta con el techo y de ahí me fui hasta las nubes. Sí, sí. Así de simple, es increíble la capacidad de imaginación que te puede otorgar la biblioteca una vez que llevas en ella un buen rato y las manillas del reloj se antojan cansadas y deciden detenerse. Cuando me quise dar cuenta, estaba en qué se yo donde y decidí salir a llenar la botella de agua por aquello de despejar la cabeza. Por el pasillo me encontré tráfico de apuntes, miradas abstraídas, y por si fuera poco, al espabilado de clase que me contó, cual cotorra que acaban de abrir el pico, lo bien que se sabe todo el temario del próximo examen. Me senté, volví a mirar a ese lugar donde la pared deja de serlo, miré qué estudia el de al lado, hice un tímido garabato en la esquina de la primera hoja que encontré y pegué un resoplido que hizo que el chico de mi izquierda me mirara y pensara: “No te queda nada”.
Preparé la mochila apresuradamente, como si de repente me hubiera acordado de que tenía cita con el sofá desde hace media hora y no me había dado cuenta. De camino a casa, por aquello de despejar la cabeza de nuevo, decidí pasar por la librería (¡Ya ves tú qué paradoja! ¡Salir de la biblioteca para meterme en la librería!) y amenizarlo todo ello con Calamaro en mis oídos. Eso ya era otra cosa: respirar aire, escuchar música, leer algo que no esté meticulosamente subrayado ni con escritos al margen. Llegué a casa con un libro más debajo del brazo, también tarareando una canción, se ha acabado el día. Mañana, de nuevo, la misma historieta.

Ánimo con los exámenes, amigos.

viernes, 4 de enero de 2008

Buen trabajo




IV Concurso literario Rafael Alberti, el I para mí. Junto a un grupo de amigos y compañeros, comencé a caminar hacia la noche del 3 de enero con la intención de llevar a cabo una velada literaria para acompañar la entrega de premios de dicho concurso. No tuvimos el tiempo que nos hubiera gustado para organizarlo, aunque parece ser que sí el necesario para que muchos de los que allí estaban se fueran con ese buen sabor de boca que dejan los versos de la generación del 27.
Entre nervios, cigarrillos, olor a café y alguna que otra mirada al reloj, comenzó la velada. Poco a poco fueron sucediéndose los versos de una generación que tan bien supo poner “sonido al silencio”. Machado, Neruda, J. Guillén, M. Hernández... ocuparon por unos minutos las sillas del Café Diario para regalarnos sus mejores versos y recordar así la época de nuestro país que les tocó vivir.
Enhorabuena compañeros. Un día os dije aquello de “Ganemos o perdamos la próxima batalla la quiero a vuestro lado. Buen trabajo” y hoy tengo que volver a decirlo. Esta vez nos ha tocado luchar en una batalla mucho más entretenida y agradable, y también nos ha tocado ganar.

¿Para cuándo la próxima?