“Voy a hacerle una oferta que no podrá rechazar”. Así dice Al Pacino en El Padrino y algo así quiso decir el profesor encargado de ir a mi aula a explicar en qué consistía una beca erasmus. Desde que ese hombre salió de clase supe que yo iba a solicitar aquella beca, supe que tercero de Periodismo iba a ser un año distinto, me di cuenta de que si quería cambiar de aires aquella era mi oportunidad. La visita de aquel hombre a mi aula no fue decisiva para irme, yo siempre había tenido claro que algún día me iría de Erasmus. Lo que no había tenido claro era cuando y donde. El cuando lo tenía delante de mis narices: el curso 08/09 y el donde era cuestión de sopesar todas las opciones que me proporcionaba la universidad. Al final elegí entre tres destinos, y el que me dieron fue Roma. Yo, encantada. Antes ya había visitado esta preciosa (y suicida) ciudad con mis compañeros de Bachiller del instituto y siempre dije que tenía que volver. Mejor oportunidad que la de volver como una estudiante universitaria, y además erasmus, imposible.
No sabría decir cuándo empezó/empieza exactamente la aventura de ser un estudiante erasmus. Si el lunes 22 cuando me suba al avión o aquel día en el que salieron las listas y mi nombre figuraba debajo de La Sapienza (Roma). Desde aquel momento empiezas a pensar cosas, a indagar por Internet, a preguntar a otros erasmus… Pero yo tampoco me lo tomé muy a pecho. Sabía que iba a irme pero no quería agobiarme, lo único que podía conseguir era que entre más información recopilase más dudas fueran asaltándome. Me limité a intentar pasarlo bien durante el verano y a disfrutar de la gente a la que apenas veo durante el curso y a la que veré menos aún durante el siguiente. Lo cierto es que conforme se van agotando los días de verano y se acerca el día de irse más cosas se piensan: qué meto en la maleta, qué hago cuando llegue, en qué hostal me alojo, qué zona es la mejor para vivir una vez allí, cómo será la universidad, qué gente conoceré… La gente. Eso es importante. Piensas en quien conocerás, pero también piensas en los que tienes ganas de perder de vista, en los que no verás hasta que regreses y en aquellos a los que de buena gana te llevarías en la maleta. Piensas en los días que te quedan para irte a vivir un año inolvidable o en los días que te quedan para dejar aquí aquello que es seguro en estos momentos…
A un día de irme no sé realmente lo que siento. Es una mezcla de muchas cosas: miedo, confusión, nostalgia, ilusión, ganas… De todo un poco. Pero lo que más abunda es la ilusión, y al fin y al cabo eso es lo importante. Oportunidades así no se pueden dejar escapar (“Voy a hacerle una oferta que no podrá rechazar”).
No sabría decir cuándo empezó/empieza exactamente la aventura de ser un estudiante erasmus. Si el lunes 22 cuando me suba al avión o aquel día en el que salieron las listas y mi nombre figuraba debajo de La Sapienza (Roma). Desde aquel momento empiezas a pensar cosas, a indagar por Internet, a preguntar a otros erasmus… Pero yo tampoco me lo tomé muy a pecho. Sabía que iba a irme pero no quería agobiarme, lo único que podía conseguir era que entre más información recopilase más dudas fueran asaltándome. Me limité a intentar pasarlo bien durante el verano y a disfrutar de la gente a la que apenas veo durante el curso y a la que veré menos aún durante el siguiente. Lo cierto es que conforme se van agotando los días de verano y se acerca el día de irse más cosas se piensan: qué meto en la maleta, qué hago cuando llegue, en qué hostal me alojo, qué zona es la mejor para vivir una vez allí, cómo será la universidad, qué gente conoceré… La gente. Eso es importante. Piensas en quien conocerás, pero también piensas en los que tienes ganas de perder de vista, en los que no verás hasta que regreses y en aquellos a los que de buena gana te llevarías en la maleta. Piensas en los días que te quedan para irte a vivir un año inolvidable o en los días que te quedan para dejar aquí aquello que es seguro en estos momentos…
A un día de irme no sé realmente lo que siento. Es una mezcla de muchas cosas: miedo, confusión, nostalgia, ilusión, ganas… De todo un poco. Pero lo que más abunda es la ilusión, y al fin y al cabo eso es lo importante. Oportunidades así no se pueden dejar escapar (“Voy a hacerle una oferta que no podrá rechazar”).