domingo, 21 de septiembre de 2008

Vamos que nos vamos

“Voy a hacerle una oferta que no podrá rechazar”. Así dice Al Pacino en El Padrino y algo así quiso decir el profesor encargado de ir a mi aula a explicar en qué consistía una beca erasmus. Desde que ese hombre salió de clase supe que yo iba a solicitar aquella beca, supe que tercero de Periodismo iba a ser un año distinto, me di cuenta de que si quería cambiar de aires aquella era mi oportunidad. La visita de aquel hombre a mi aula no fue decisiva para irme, yo siempre había tenido claro que algún día me iría de Erasmus. Lo que no había tenido claro era cuando y donde. El cuando lo tenía delante de mis narices: el curso 08/09 y el donde era cuestión de sopesar todas las opciones que me proporcionaba la universidad. Al final elegí entre tres destinos, y el que me dieron fue Roma. Yo, encantada. Antes ya había visitado esta preciosa (y suicida) ciudad con mis compañeros de Bachiller del instituto y siempre dije que tenía que volver. Mejor oportunidad que la de volver como una estudiante universitaria, y además erasmus, imposible.

No sabría decir cuándo empezó/empieza exactamente la aventura de ser un estudiante erasmus. Si el lunes 22 cuando me suba al avión o aquel día en el que salieron las listas y mi nombre figuraba debajo de La Sapienza (Roma). Desde aquel momento empiezas a pensar cosas, a indagar por Internet, a preguntar a otros erasmus… Pero yo tampoco me lo tomé muy a pecho. Sabía que iba a irme pero no quería agobiarme, lo único que podía conseguir era que entre más información recopilase más dudas fueran asaltándome. Me limité a intentar pasarlo bien durante el verano y a disfrutar de la gente a la que apenas veo durante el curso y a la que veré menos aún durante el siguiente. Lo cierto es que conforme se van agotando los días de verano y se acerca el día de irse más cosas se piensan: qué meto en la maleta, qué hago cuando llegue, en qué hostal me alojo, qué zona es la mejor para vivir una vez allí, cómo será la universidad, qué gente conoceré… La gente. Eso es importante. Piensas en quien conocerás, pero también piensas en los que tienes ganas de perder de vista, en los que no verás hasta que regreses y en aquellos a los que de buena gana te llevarías en la maleta. Piensas en los días que te quedan para irte a vivir un año inolvidable o en los días que te quedan para dejar aquí aquello que es seguro en estos momentos…

A un día de irme no sé realmente lo que siento. Es una mezcla de muchas cosas: miedo, confusión, nostalgia, ilusión, ganas… De todo un poco. Pero lo que más abunda es la ilusión, y al fin y al cabo eso es lo importante. Oportunidades así no se pueden dejar escapar (“Voy a hacerle una oferta que no podrá rechazar”).

lunes, 15 de septiembre de 2008

"Pasaba por aquí y..."

Las estaciones de autobuses, los aeropuertos, el metro, la parada del autobús urbano... Todos ellos son lugares de encuentro, de trajín de gente que va y viene pendiente de sus cosas. Hay veces en las que esos lugares dejan de ser un mero lugar de paso para convertirse en el espacio de una historia. Te cruzas con alguien que es atractivo, o que tiene una mirada especial, o una sonrisa de esas que hipnotizan, o un olor delicioso… En ocasiones cruzamos con ellos una mirada, o algún gesto, o les pedimos fuego a la desesperada, y sino se recurre a pedir la hora después de haber escondido nuestro reloj debajo del jersey… En otras ocasiones no decimos nada, agachamos la cabeza y miramos por el rabillo del ojo, pensamos en cómo será, inventamos su vida y de paso fantaseamos con la nuestra…

Esto no suele suceder todos los días, pero lo cierto es que sucede. En este cortometraje se puede ver una de esas historias que le dejan a uno con un raro sabor de boca una vez que perdemos el tren…


viernes, 5 de septiembre de 2008

Memoria histórica

Recuerdo tantas y tantas veces las historias de mi abuelo… En ocasiones me veo obligada a preguntar a mi madre el desenlace de alguna de ellas o por algún nombre o algún detalle importante. Algunas se me han ido olvidando por mi corta edad cuando me las relataba mi abuelo, y por lo mal que yo las entendía. Todas esas historias tenían algo en común: dolor y rabia. Lo que sí recuerdo perfectamente era su voz empañada por la derrota, sus ojos perdidos qué sé yo dónde y las arrugas de su frente más marcadas de lo habitual. Le hacía daño recordar, pero él veía necesario que esas historias pasaran a las generaciones más jóvenes para que éstas nunca se olvidaran del horror vivido en España hace décadas.

Estos días, en los medios de comunicación se habla de nuevo de la memoria histórica. Que si es o no es competencia del juez Baltasar Garzón, que si a tal político le parece bien y al otro le parece reabrir las heridas. Yo escucho atenta todas estas noticias, me alegro de que al fin “Los Bañezanos” de Izagre puedan entregarse a sus familias, y puedan descansar en un lugar digno. No entiendo cuando algunos dicen que eso es reabrir viejas heridas cuando en realidad no es otra cosa que cerrar las que están abiertas, devolviendo los cuerpos de las fosas comunes a sus familiares. Lejos está ya aquel país de las dos Españas, aquella represión y aquella ausencia de libertad, pero algunos políticos parece que están empeñados en ser ellos quienes hereden las maneras de hacer de entonces, negándose ahora a tener memoria histórica.

Ayer por la tarde, vi en la estantería el gran libro de Ramón J. Sender, “Réquiem por un campesino español”, y lo leí de nuevo. No era la primera vez que lo leía, contemplé de nuevo atónita el horror de la guerra, el sufrimiento del país. La historia de “Paco el del Molino” es la misma que la de “Los Bañezanos”, que la del soldado anónimo que apareció en Cartamoza en Villademor, que la de tantos y tantos que se llevó por delante la guerra y la represión de la dictadura. Algunos políticos parece que no saben cuál fue la historia, se les ha olvidado, o quizá, no quieran recordar…