De nuevo con las prisas me olvidé de coger la cajetilla de tabaco y el mechero. Ayer cuando fumé el último cigarro del día los posé sobre el televisor. Últimamente odio las agujas de mi reloj. Tienen como una especie de conspiración contra mí y van más deprisa impidiéndome hacer tranquilamente las cosas y llegar a tiempo. ¿Llegar a tiempo? Hace tiempo que no llego a tiempo a algo.
Volviendo a lo de antes, quiero fumar un cigarro mientras tomo el primer café del día. Es fácil. Rebusco en mi monedero para reunir la cantidad exacta de un paquete de Chesterfield. Sobre la rejilla de insertar las monedas pone: NO DEVUELVE EL CAMBIO. Ladrones. Después de tres monedas de 50 céntimos, cuatro de 20, cinco de 10, cuatro de 5, dos de 2 y una de 1, obtengo el dichoso paquete. Rápidamente me acerco de nuevo al lugar de la barra donde ya me espera un café solo doble que ahúmalo justo para fumar un cigarro antes de tomarlo. Mientras quito el plástico y hago caso omiso de las autoridades sanitarias miro a mí alrededor buscando a alguien que ahúme como mi café para pedir un mechero pero en ese mismo instante suena el maldito móvil. Una llamada desafortunada y diez segundos más tarde tengo que irme, no hay tiempo. Meto el teléfono en el bolso al mismo tiempo que observo cómo mi café continua ahumando prohibiéndome darle aunque sólo sea un pequeño sorbo. Sin ni siquiera ponerme la chaqueta salgo a la calle y unos pasos más allá, cruzando un paso de peatones, me doy cuenta de que olvidé el paquete de tabaco sobre la barra, junto al café. No hay tiempo para regresar. De nuevo con las prisas.